Acerca del Gobierno. Propuesta de teoría



Presentación

El propósito del libro es ofrecer un panorama conceptual del gobernar del gobierno y proponer una teoría. El gobernar comprende tal número y complejidad de normas, acciones, relaciones, componentes, recursos y circunstancias, que cualquier intento de comprenderlo y explicarlo parece destinado al fracaso teórico o a desembocar en un producto intelectual menor. Es un riesgo que he asumido y considero que no es una aventura intelectual temeraria, porque recapitula mi vida académica, enfocada en temas de gobierno, gobernanza, política pública, administración pública. Sin embargo, sería presuntuoso declarar que estoy por ofrecer una teoría acabada del gobierno. Hago una propuesta criticable, pero estructurada, que ordena los componentes constitutivos de su calidad y efectividad directiva.

El foco del libro es la efectividad del gobernar, que desde años atrás ha sido el centro de mi atención y de otros colegas, en sintonía con la preocupación y las interrogantes de los ciudadanos. La legitimidad de la posición y la acción del gobernante, que fue la cuestión prioritaria de la Transición Democrática al final del siglo pasado en la región latinoamericana, es indudablemente la condición necesaria de la efectividad directiva del gobierno, pero es insuficiente. La efectividad tiene una lógica diferente de acción. Incluye los valores, principios y normas de la sociedad en forma de Estado, pero va más allá y comprende las bases de datos empíricos, las relaciones causales de las ciencias, los sistemas tecnológicos, los métodos de investigación y experimentación, las competencias gerenciales. Gobernar es una acción performativa y no solo discursiva, comprometida con la materialización social de los valores humanos y no solo con su predicación.

Mi elaboración conceptual se apoya en las tesis fuertes y duraderas que han producido autores que aprecio como guías ilustradas, pero no ha sido mi interés reproducirlas detalladamente ni dedicarme como alumno aplicado a citarlas y glosarlas a cada paso, para blindar con su autoridad mi reflexión personal. Dejo también de lado la inmensa producción de investigadores inteligentes y extraordinarios (latinoamericanos, europeos, angloamericanos, asiáticos) con diversos temas, problematizaciones, enfoques y conjeturas sobre el gobierno democrático y su desempeño directivo. No me dedico a exponer, comentar, resumir o debatir sus supuestos conceptuales, hipótesis, bases de datos, procesamientos estadísticos, estudios de caso, conclusiones y recomendaciones que llevarían a discusiones punto por punto en innumerables asuntos particulares y que, por lo leído, prejuzgo que fragmentan la cuestión de la gobernanza del gobierno y detienen el avance hacia la sistematización de los elementos cardinales de una teoría del gobierno.

Mi propósito ha sido elaborar un texto de utilidad para las nuevas generaciones de estudiantes y ofrecerles un panorama de los conceptos, principios, normas, propiedades y problemas del gobierno democrático, y una propuesta teórica integradora de su acción de gobernar. El tono didáctico de la exposición en algunos temas obedece a este propósito. Sin embargo, me alegraría saber que ofrece pistas a los ciudadanos que navegan en el mar agitado de la vida social contemporánea, con sus problemas embrollados y elusivos, y buscan las condiciones exigibles que hagan posible una dirección de la sociedad más acertada y satisfactoria. Me alegrará también saber que la propuesta de una teoría del gobierno despierta el interés de los colegas y genera críticas y contrapropuestas, que son indispensables para avanzar hacia la elaboración de una robusta teoría del gobierno.

Luis Aguilar Villanueva

El entreacto político de las políticas públicas.


La efectividad del gobierno es hoy cuestión central, cívica y académica. En décadas pasadas, cansados de las arbitrariedades y los errores de los autoritarismos, nos enfocamos en la transición democrática, en la instauración de un gobierno de leyes, representativo, socialmente legítimo. Lo logramos, aunque todavía hay varios asuntos por resolver. Ahora nos importa la efectividad directiva de los gobiernos democráticos legítimos. Importa cada vez más una democracia de resultados y no solo de valores.

La eficacia directiva del gobierno democrático es decisiva para su sentido, valía, utilidad y aceptación social, aun si es una tarea difícil por la complejidad de la composición, las causas y las interrelaciones de los problemas públicos. La disciplina de la política pública, desde su nacimiento, se enfoca en la efectividad de los gobiernos democráticos, en indagar las condiciones que hacen posible su eficacia. Su objeto de conocimiento fue el proceso de elaboración de la decisión de las políticas públicas y su objetivo elaborar políticas eficaces, capaces de realizar los objetivos intencionados.

Supuso que la legitimidad de los gobiernos democráticos no es o no debía ser ya problema ni objeto de cuestionamiento y asumió, correctamente, que la legitimidad del gobernante y su gobernar es la condición necesaria de su efectividad. Por ende, las transgresiones legales de los gobernantes (arbitrariedad y corrupción, por ejemplo) son la causa de que sus acciones y productos sean una respuesta pobre y frustrante a las expectativas ciudadanas. La novedad de la disciplina consistió en que fue más allá de la legitimidad del gobernar y afirmó que la efectividad es una propiedad esencial de la acción de gobernar y una propiedad diferente a la de la legitimidad, que se sustenta en la observancia de las normas legales. El gobernar es una acción performativa, no solo discursiva, por lo que requiere y exige bases de datos, conocimientos causales, técnicas, cálculos de efectos y costos, gestión, acorde con las normas metodológicas de las ciencias y las tecnologías. No es posible el control de los problemas públicos ni la realización de los objetivos de interés público sin conocimiento, sin el conocimiento de la composición de los problemas y de las causas que los originan y sin conocimiento de las acciones que pueden efectuar los objetivos sociales intencionados. La efectividad implica la causalidad y la causalidad refiere al conocimiento humano, que es la actividad que explora, identifica y valida las relaciones causa-efecto del mundo social y del mundo natural y hace posible definir las opciones de acción eficaz y costo-efectiva.

Por su supuesto y su propósito, fue lógico que el programa de investigación de la disciplina fuera “el conocimiento de” la política y “el conocimiento en” la política, cuyos componentes y actividades no han sido identificados y analizados por las disciplinas que estudian el gobierno (ciencia política, sociología, administración pública, derecho público). Hay que terminar con el supuesto de que el proceso decisional del gobierno es una “caja negra” (opaca, no transparente decimos hoy), desconocida y elusiva al conocimiento. El supuesto y el propósito de la disciplina sigue vigente y ha adquirido mayor importancia en este tiempo que reclama gobiernos productivos para enfrentar la extensión y agravamiento de los problemas y amenazas que dañan la vida asociada local, nacional, regional, mundial.

La política pública no es una actividad descontextualizada. Es expresión, componente y producto de la gobernanza de un gobierno, que se elabora, decide y se ejecuta al interior de un régimen político institucional y un sistema político factual, que son a su vez partes componentes del Estado, del ordenamiento normativo del Estado. Gobernanza, régimen y Estado son realidades que enmarcan y condicionan la elaboración y la configuración de la política pública, sus objetivos, acciones, agentes, destinatarios, recursos y tiempos. Este es un punto a no olvidar y que empero se olvida. La política pública forma parte de una gobernanza, que es un proceso decisional y ejecutivo, estructurado por las normas legales de un régimen y por las interrelaciones de los agentes de un sistema político y, a la raíz, por el ordenamiento del Estado de Derecho, que hace posible que permanezcamos asociados.

Esta observación básica nos explica por qué la política estudiada por la disciplina en sus años primeros fue componente de una gobernanza y régimen político democrático en el que el gobierno poseía gran autonomía en sus decisiones, era el agente determinante de la conducción social y las entidades de la administración pública eran preponderantes en la implementación de las políticas decididas. Pensemos en los años de nuestro desarrollo del siglo XX con gobiernos protagónicos y dominantes y ciudadanos subordinados. Las cosas cambiaron a partir del último cuarto del siglo, cuando el Estado Social (de bienestar, de desarrollo), para salir de la crisis financiera y política que lo apresaba y debilitaba, asumió una configuración en la que las libertades económicas de los mercados y las iniciativas de la sociedad civil adquirieron mayor importancia en la dirección y funcionamiento de la sociedad. Cambió la relación entre el Estado y el mercado, se realizó un ajuste más equilibrado entre la regulación legal y las libertades económicas de las personas y las corporaciones. La nueva relación menos gubernamentalmente intervencionista y con mayor espacio para los emprendimientos de los mercados modificó el tamaño, la organización y el ámbito de acción de la agencia de gobierno y, en consecuencia, cambió la gobernanza del gobierno.

En estos cuarenta años la política pública ha sido parte de un ordenamiento institucional político, llamado “neoliberal”, en el que las decisiones gubernamentales han valorado las acciones de las empresas y de las organizaciones sociales, que han sido los agentes principales del crecimiento económico y desarrollo social nacional y mundial y han influido en la definición de los objetivos y las acciones de la política económica y social.

A diferencia de esos años, ahora vivimos una situación nacional, regional y mundial de entreacto político, inestable y confrontativo. Hay políticos y ciudadanos que valoran y defienden el arreglo neoliberal del Estado y otros que lo critican y exigen su desaparición. El entreacto se caracteriza por una tensión entre dos ordenamientos políticos y económicos, cuyo desenlace no es previsible ni nacional ni regional ni internacionalmente. Por un lado, es un tiempo de crítica al arreglo neoliberal, al que se le imputa no haber resuelto problemas sociales crónicos, haberlos agravado y haber creado nuevos problemas; por otro lado, las realizaciones de un nuevo y mejor modelo social y gubernamental, como los de la ola del populismo (de izquierda o de derecha), no han acreditado ser suficientemente capaces de resolver o aminorar los problemas que denuncian y realizar los objetivos que prometen, sin mencionar su propensión hacia el autoritarismo personal por encima de las leyes. Nos encontramos en un tiempo de transición en el que el prometido “buen” gobierno no ha aún nacido y el “mal” gobierno sigue vivo, aun si se encuentra en rehabilitación: “El gran reinicio”, “woke capitalism” y la exigencia de principios ambientales, sociales y de gobernanza, “ASG / ESG”, en la dirección y operación de las empresas económicas.

El ciclo neoliberal tuvo su inicio en los años ochenta del siglo pasado y sacó del hoyo de la crisis financiera y política a los estados sociales del bienestar y del desarrollo. Construyó una nueva economía política, alternativa al estatismo y dirigismo gubernamental, reactivó el crecimiento, el bienestar y el desarrollo, hizo crecer las clases medias, se expandió mundialmente y se volvió el paradigma intelectual y gubernamental a la vuelta del milenio. Sin embargo, empezó a mostrar fisuras ante los cuestionamientos de las posiciones ambientalistas por la destrucción de ecosistemas terrestres y marítimos y la crisis climática con sus devastaciones, la reprobación social por sus efectos de desigualdad (entre las naciones y entre los sectores y localidades de las naciones), la crisis financiera global del 2008, la irrupción de los populismos antisistema, el sacudimiento mundial de la pandemia Covid con su ruinoso impacto sanitario y económico, que restauró empero la importancia que tiene el gobierno para que la sociedad controle las amenazas, normalice la vida asociada y reemprenda el crecimiento. El resultado lógico fue preguntarse sobre la vigencia y continuidad del modelo neoliberal de Estado y sociedad o sobre la necesidad de una reestructuración institucional, política y económica.

En el entreacto político que vivimos con interrogantes, dudas, opiniones, críticas, exploraciones, incertidumbres, polarizaciones, dos modelos de economía política se enfrentan, sobreponen, mezclan e influyen. El desenlace puede ser la continuidad de la relación ya experimentada entre el Estado y el mercado, entre las leyes y las libertades, con corrección a fondo de sus errores, fallas y desviaciones. O puede ser una nueva reorganización del poder político, las normas legales, las iniciativas económicas y las preferencias sociales, con énfasis en el bienestar inclusivo de todos los sujetos sociales. O acaso, dialécticamente, ser una síntesis político-institucional que nos libere de las fallas, errores y problemas irresueltos de las dos propuestas polarizadas y reordene e integre sus posiciones. En cualquiera de los escenarios del desenlace del entreacto la disciplina de política pública está equipada metodológica y teóricamente para contribuir a la gobernanza del orden institucional y económico nacional y regional.

Su programa de “conocimiento de” debe enfocarse en describir la formulación y configuración de las políticas, que decidieron los gobiernos del ordenamiento neoliberal del Estado, y enfocarse también en la descripción y evaluación de las políticas de los gobiernos de las “terceras vías” y los populistas actuales, que real o supuestamente deciden políticas diferentes, aunque sin llegar a tener los grandes resultados de su visión, discurso y plan de acción.

La disciplina de política pública está equipada para describir y explicar la historia reciente de las decisiones de gobernanza de los sistemas políticos y económicos establecidos. Puede señalar las normas que regulan el proceso decisional y evaluar su calidad regulatoria, mostrar los supuestos valorativos y teóricos que han sustentado la formulación de sus políticas (operativas o estratégicas), señalar los aciertos y errores de la definición de los problemas y asuntos públicos y de la elección de las opciones de acción, así como determinar si fueron datos, argumentos y evidencias las que las eligieron u otra clase de motivos (prejuicios, ideologías, creencias y preferencias personales, ideologías, cálculos partidistas…). Señalar asimismo el perfil de los participantes en la elaboración de la política, su respetabilidad y representatividad social, su información y competencia cognoscitiva en las materias de la política o indicar, por lo contrario, sus defectos e incompetencias y rechazo social. Conocer el perfil de la población objetivo de las políticas y, en conexión, descubrir los sectores ciudadanos que tienen voz e influencia en las decisiones y los sectores que son sistemáticamente marginados, aun si alzan la voz y se movilizan.
Decisiva será la conclusión de las investigaciones, que determinará si la gobernanza y las políticas del régimen neoliberal o del populista con sus discursos viejos o actualizados han seguido patrones de acción racionales y han producido resultados de valía pública suficientemente aceptables o si, en cambio, han seguido patrones politizados, clientelares, con propósitos electorales, que han favorecido las ventajas políticas y las utilidades económicas de sus socios y clientelas y han repartido los costos entre los demás sectores ciudadanos.

El resultado final del examen de la disciplina es descubrir “la brecha cognoscitiva”, la brecha que existe entre el conocimiento que posee y emplea un equipo o entidad de gobierno, sea en el arreglo neoliberal o populista, y el conocimiento que debe poseer para ser efectivo, producir los resultados esperados. Y, por tanto, por la importancia del conocimiento causal para la efectividad directiva, señalar “la brecha institucional” entre lo que una entidad del sector público ha producido factualmente y lo que debe institucionalmente hacer y lograr. El “conocimiento de” la disciplina es único y relevante, define “la brecha cognoscitiva” (incluida “la brecha tecnológica”) presente en una política pública en un campo de asuntos públicos y, en consecuencia, “la brecha institucional”, la brecha directiva del gobierno.

Pensando en cualquier escenario posible en el futuro, sea la continuidad reformada de la economía política neoliberal o el arribo del orden político populista, es previsible una mayor importancia y exigencia del análisis y diseño de las políticas, por cuanto los problemas de pobreza, desigualdad, inseguridad y violencia, la crisis ambiental en progreso, las implicaciones de la innovación tecnológica, inteligencia artificial incluida, tienen hoy una mayor complejidad en su composición, causalidad e interrelaciones transterritoriales, que requieren superior información y conocimiento, además de cooperación intergubernamental y cooperación público-privada-social.

Esta situación resalta la otra tarea de la disciplina “el conocimiento en” la formulación e implementación de la política. Como antes enunciado, sin información y conocimiento causal no hay efectividad. Los asuntos públicos actuales exigen para su manejo bases de datos más extensos y robustos, procesamientos estadísticos y algorítmicos rigurosos, cálculos complicados de efectos y costos, procesos gerenciales interorganizacionales e intergubernamentales, etc. Esto lo saben bien los analistas de las políticas del arreglo neoliberal y lo sabrán de inmediato los alternativos, pues no es imposible, pero tampoco nada fácil, idear y poner en funcionamiento una nueva economía política y un gobierno exitoso en la conducción social.

Sin entrar en detalles y sin pesimismo, es crucial reconocer y aceptar que los gobernantes y la clase política no poseen ya los recursos (institucionales, políticos, financieros, informativos, cognoscitivos, tecnológicos, humanos… también de credibilidad discursiva y autoridad moral) para seguir creyendo que ellos mismos, solo mediante su mando y control, su gasto público y sus relatos sociales emotivos, son capaces y suficientes para determinar y realizar la visión de futuro de la sociedad contemporánea, realizarla y resolver problemas y males. Sin la aprobación y el compromiso de los ciudadanos, sin las libertades económicas de los mercados y sin los datos y conocimientos de la inteligencia social, sin asociación intergubernamental nacional, regional, internacional, los planes de un gobierno no hacen diferencia y terminan por ser buenas aspiraciones respetables. Una economía política, si de nuevo se configura exclusivamente en modo estatista, gubernamentalista y chovinista, está destinada a limitaciones insalvables para entender y resolver los apremiantes problemas públicos actuales y encauzar la variedad de los cambios sociales en curso.

La disciplina de política pública está equipada metodológica y teóricamente para analizar los problemas públicos y afrontar los desafíos actuales y para diseñar políticas efectivas tanto en el marco ajustado de la estructura neoliberal del Estado o en eventual nuevo ordenamiento del Estado y de la gobernanza. Los defectos de análisis, cálculo y diseño de las políticas no se ubican en la metodología y la teoría existente de la disciplina sino en el ejercicio de los profesionistas y académicos (a identificar, explicar y corregir). Hay que analizar nuestro ejercicio de investigación y diseño de políticas, identificar nuestras debilidades y defectos informativos, analíticos, explicativos, prospectivos y, más a fondo, reflexionar sobre el entorno institucional y político que encuadra nuestro ejercicio y que favorece u obstaculiza la legitimidad, efectividad y aceptación social de las políticas.

El entreacto político que vivimos es una extraordinaria oportunidad para examinar y evaluar nuestros supuestos, conceptos, conocimientos, criterios decisionales, cálculos, ideas innovadoras, modo de relación con nuestros conciudadanos y, sobre todo, para reactivar nuestro compromiso con los valores humanos y públicos que nos motivan a ocuparnos del gobierno, las políticas públicas, el bienestar y la seguridad de la sociedad en la que vivimos.

Hacia una Teoría del Gobierno


Luis F. Aguilar – GESTIÓN DEL CONOCIMIENTO Y GOBIERNO CONTEMPORÁNEO



 

El conocimiento es condición necesaria de la efectividad gubernamental. Sin datos y sin conocimiento causal el gobierno no tiene el timón para dirigir a la sociedad contemporánea. La importancia del conocimiento para la gobernanza no ha destacado empero la gestión de su elaboración, difusión, uso, innovación y la crítica a los datos inexactos, explicaciones ideologizadas, supuestos irreales de muchos gobernantes. Lo nuevo hoy y hacia el futuro es que el conocimiento se produce a través de las tecnologías de información, que instrumentan la recopilación y el procesamiento estadístico y algorítmico de los datos, la elaboración de los conceptos, la formulación de modelos causales, la generación de aplicaciones y el diseño de los procesos automatizados de la inteligencia artificial. Son interdependientes la gestión del conocimiento y la gestión tecnológica. El libro ofrece un panorama de los conceptos, modelos y estrategias de la gestión del conocimiento (caps. 1 y 2) y se enfoca en los principios y las actividades de la gestión del conocimiento en el gobierno contemporáneo: electrónico, abierto e inteligente (caps. 3 y 4), que comprende la coordinación de los intercambios de información entre los sectores público, privado y académico y la coproducción de datos y conocimientos.

 


La efectividad del gobierno democrático: «Consideraciones desde Weber».


Modernidad y Racionalidad. Uno de mis recuerdos de Weber: Artículo escrito por Luis F. Aguilar


Es una coincidencia desconcertante que Max Weber haya muerto de una neumonía hace un siglo, en junio, y hoy el mundo sea víctima de un virus que extermina a decenas de miles por fallas pulmonares y tiene confinados a millones ante su amenaza mortal.

Todos tenemos autores, maestros y amigos que, fallecidos, siguen con nosotros, inolvidables, son parte de nuestra vida. Para mí y otros muchos Max Weber es una referencia fundamental de nuestra vida intelectual y ha influido en nuestro modo de entender la sociedad, sin que por ello caminemos por la vida con un manual weberiano bajo el brazo para entender los acontecimientos.

Lo imperecedero de Weber es su interpretación del mundo moderno, la explicación de su origen, la caracterización de su desarrollo, el análisis de sus tensiones y la proyección de su futuro probable. Su lectura del tiempo moderno, centrada en la racionalización de la sociedad, hace que Weber sea aún hoy sugerente, también criticado, aun si ahora tienen poco sentido las descalificaciones de hace medio siglo que lo convertían en el supremo exponente de la “sociología burguesa”.

Me marcó su interpretación de la modernidad como proceso y resultado de la racionalización de la sociedad. Recordaré en este texto sus características y desarrollo y esbozaré al final los límites de la racionalidad del cálculo y del control, que es la protagonista del relato de Weber sobre el mundo moderno.   

I.

La tesis central de Weber es que a la raíz de la modernidad de Occidente está la formación y afirmación de la acción racional, personal y social. La acción racional es intencional, tiene un sentido subjetivo, se enfoca en fines precisos, y es causal, porque sus efectos y resultados son la realización del fin intencionado. Dos son los tipos de la acción racional: “la acción racional con referencia a fines” (zweckrational) y “la acción racional con referencia a valores” (wertrational), que no suprimen las acciones “afectivas” y “tradicionales”, pero minimizan su importancia en los tiempos modernos. Por la conformidad plena con sus objetivos valorados, por su conocimiento de los efectos que la acción puede causar y por el control de su ejecución el atributo esencial de la acción racional es la efectividad.

La formación de la conducta racional tuvo su inicio con los capitalistas originarios, que se comportaban de acuerdo a las normas éticas de un ascetismo mundano de derivación religiosa, que entendía la actividad económica como “vocación” (Beruf) y exigía ejercerla metódicamente con acciones dedicadas enteramente a la realización plena de sus fines, sin distracciones y sin pausa. (Son interminables las discusiones académicas en este punto).  El “espíritu del capitalismo” fue el origen de la aparición y difusión de “una vida racional en el mundo”, “una conducción racional de la vida” y “la organización racional del trabajo”, que se extendió progresivamente por todos los ámbitos y alcanzó al mismo Estado moderno, que es “una empresa” que organiza racionalmente sus poderes y acciones a fin de realizar efectiva y sistemáticamente sus fines. La expansión de la acción racional motivó la invención, la adquisición y el aprovechamiento de otros elementos que moldearon racionalmente las conductas sociales, como las aplicaciones tecnológicas de las ciencias, la contabilidad racional, la administración racional y el derecho racional, dicho con Weber.

El original espíritu racional de la profesión capitalista desapareció por la extinción de sus raíces religiosas (“La raíz religiosa del hombre económico moderno ha muerto”) y evolucionó hacia la burocracia, la forma de organización racional del trabajo asociado. No es realmente importante lo que ocurrió con el capitalismo original y lo que podrá ocurrirle en el futuro, porque no es el asunto histórico decisivo. Lo que importa es la afirmación de la conducta racional a la que ha dado origen y que se exige ahora a todos en todos los ámbitos de la vida social. “Puede concebirse una eliminación del capitalismo privado, pero no significaría en modo alguno una ruptura de la estructura de hierro del moderno trabajo industrial”.

La Burocracia culmina el proceso de racionalización. Es el arreglo organizacional de la máxima efectividad, porque el trabajo se distribuye entre individuos que poseen conocimiento experto, son capaces de calcular los efectos de las acciones y de ejecutarlas sin defectos, y además obedecen las reglas conductuales y los estándares operativos establecidos.

Cálculo y Control son las condiciones fundamentales de la racionalidad de la burocracia y son posibles a su vez por el Conocimiento y la Dirección. La efectividad implica causalidad y la causalidad se sustenta en el conocimiento que conjetura, descubre y valida los nexos causa-efecto existentes en la realidad y hace posible calcular los efectos de las acciones que se deciden. Pero el conocimiento causal es insuficiente para asegurar la efectividad. Se requiere también calcular el desempeño del sujeto conocedor (el productor, el administrador), estar seguros de que obedecerá las directrices y los estándares establecidos para asegurar la ejecución de las acciones. Lo sorprendente es que el control y la dirección, condiciones necesarias de la efectividad de las organizaciones, son resultado de un proceso de expropiación y concentración, que Weber formula con crudeza. 

La organización burocrática, normal en nuestros tiempos e inevitable en el futuro, es resultado del hecho de que siglos atrás los productores independientes, propietarios de sus medios de producción material o intelectual, de sus armas, utensilios, materiales y recursos monetarios, fueron despojados de ellos por los propietarios de empresas y por los gobernantes a través de varias acciones, desde su eliminación mediante la competencia industrial de productos y precios hasta acciones militares o judiciales de expropiación forzosa. La expropiación de los medios de trabajo de los productores independientes y la consiguiente concentración del mando son “el fundamento decisivo común tanto de la empresa político-militar estatal moderna como de la empresa capitalista privada”. Hubo expropiación y subordinación, no solo ética profesional.

Weber llega a la exaltación de la racionalidad de la vida social moderna cuando afirma que su efecto radical es “el desencantamiento del mundo” (Die Entzauberung der Welt). La expansión de la acción racional en la vida social ha hecho que los acontecimientos del mundo sean entendidos como obra de las acciones humanas que determinan su sentido, su propósito, y lo realizan por saber calcular los efectos de sus acciones y controlar su ejecución. El mundo es obra humana, no de agentes o fuerzas trascendentes, acaso providenciales. “Se ha excluido lo mágico del mundo”. Sin embargo, en sentido contrario, el desencantamiento significa que la triunfadora racionalidad instrumental, campeona de la efectividad, es incapaz de definir y prescribir el sentido del mundo y el sistema de valores que lo inspira. La ciencia y la tecnología triunfadoras pueden calcular la ocurrencia de los hechos que son efectos de las acciones emprendidas, pero no tienen la posibilidad de establecer los valores que dan sentido a las acciones de la vida personal y social y prescribir su obligatoriedad. Su efectividad se limita a la realización del sentido de la acción, no a la validación de su sentido. Mucho y poco.

El resultado final de la modernización desencantadora es un mundo carente de sentido. Con la caída de la visión religiosa y filosófica de la historia humana y con la imposibilidad de que la razón técnica instaure el sistema de valores que da sentido a la acción humana, circulamos por la vida en medio de una pluralidad optativa de valores, diferentes y antagónicos, calificada por Weber como “politeísmo”, que se enfrentan en una batalla a muerte en la arena de la política y es la razón de ser de la política.

Es discutible el monoteísmo de una razón verdadera, teológica o filosófica, que da un sentido unitario y único a la existencia humana, pero es refutable un politeísmo de valores y sentidos sociales sin asidero racional y que se imponen unos sobre los otros por la fuerza de una mayoría política más o menos ilustrada o por la coacción física. Muchos no apreciarán este desemboque irracional de la racionalización moderna del mundo.

II.

Un esbozo de reflexión es obligado. La racionalidad-efectividad de la acción es algo que nos importa y mucho. Queremos resultados, realizaciones, y no solo visiones y proyectos en las organizaciones en las que trabajamos. En el terreno político, la cuestión de la efectividad directiva de los gobiernos democráticos es hoy central. La instauración del Estado de Derecho y la democratización de los regímenes autoritarios, a la vuelta del milenio, resolvieron razonablemente bien la cuestión de la legitimidad política del cargo y la actuación del gobernante, pero no la de su efectividad directiva. La cuestión no se centra hoy en la indiscutible superioridad axiológica y política del régimen democrático liberal sobre los demás regímenes, sino en la capacidad (financiera, informativa, cognoscitiva, técnica) de los gobiernos democráticos para dirigir a la sociedad. La cuestión se ha desplazado de la legitimidad política del gobierno hacia la eficacia directiva del gobierno legítimo.

El conocimiento científico-técnico, una auténtica organización burocrática y una inteligente gestión financiera son las condiciones necesarias de la efectividad del gobernar, que es una acción performativa, de efectuación de resultados, y no solo discursiva. Estamos cansados de gobiernos que hablan todos los días, pero son incapaces de dirigir satisfactoriamente a la sociedad, resolver sus problemas, responder a sus requerimientos, porque sus decisiones directivas no incorporan los elementos esenciales de la acción racional: fines ordenados, conocimiento causal, cálculo, control, personal experto, tecnologías…

Hay algo nuevo en nuestro tiempo, la exigencia de un concepto de racionalidad más amplio, que incluya el sentido de la acción y no solo su efectuación. Un gobierno no puede considerarse efectivo si la sociedad rechaza o es indiferente a los objetivos que realiza, al juzgarlos injustificados, innecesarios, clientelares, obsesiones del gobernante. Es una efectividad que, al carecer socialmente de sentido, es inefectividad en los hechos.  El concepto nuevo de racionalidad comprende el sentido de la acción y no solo su proceso de realización.  

Crece la exigencia de que los gobiernos ofrezcan razones sobre el sentido de sus acciones, sobre los fines en los que enfocan su gasto y recursos. Equidad de género, bioética, trabajo digno y seguro, libertades privadas y públicas, inclusión, control del cambio climático, son algunos de los fines que los ciudadanos exigen a los dirigentes políticos por considerarlos valores humanos genuinos, racionalmente fundamentados y defendibles. Es inaceptable que los fines de las acciones de los gobiernos no pasen por un examen racional y que su afirmación social sea el desenlace de la guerra entre los dioses antagónicos (partidos, líderes, ideologías, naciones) que abanderan valores diferentes y opuestos, en la que unos ganan y otros pierden, pero no por la fuerza de sus razones, como piensa Weber.

La razón científica y tecnológica triunfadora no agota las posibilidades y exigencias de la razón humana. Es una de sus operaciones más importantes, no es la única ni la suprema, ni es la Razón sin más. Que no le sea posible a la ciencia y la técnica dar respuesta a la cuestión del sentido y los valores de la sociedad no significa que otro tipo y nivel de razonamiento no pueda ofrecer las respuestas que buscamos, sin por ello menospreciar la importancia que tienen la ciencia y la tecnología para resolver los problemas de nuestras vidas y producir condiciones preciadas de vida. Por ejemplo, sus intervenciones en la pandemia que padecemos.

Me parece ver un despertar en el tiempo actual que demanda una razón que no sea exclusivamente instrumental. Por dentro de los big data, la informatización, los procesos de inteligencia artificial, las incesantes innovaciones científicas y tecnológicas, las cadenas productivas internacionales, que mucho nos importan, estamos en busca de principios éticos y jurídicos universales, racionalmente sustentados, que ordenen la vida social contemporánea y que para tener sentido y afirmarse requieren otro tipo de razonamiento, más allá de la pulsión actual por la efectividad. Si este escenario social es imposible, entonces hay que decir con Weber que la política consiste en “reintentar lo imposible” y, más aún, que en eso consiste y se va la vida.

Este texto fue publicado por la revista “Letras Libres”, num. 258, junio 2020, pp. 38-40