El pin de todas las batallas


  • «Los sistemas educativos se ven arrastrados a la conflictividad provocada por las pretensiones censoras de fundamentalistas y ultraconservadores»
  • «El Estado tiene el deber de promover la educación en contenidos y valores éticos y cívicos constitucionales»
  • «Quienes violen ese valor superior del pluralismo en el campo de la educación, se sitúan obviamente fuera de la Constitución Española»

Quien crea que el conflicto escolar y cultural que se vive y recrudece dentro y fuera de España es cosa del pasado, vive en una beatifica ensoñación y debe volver a la realidad cuanto antes. Los sectores ultraconservadores políticos y confesionales de Europa y América, hoy empoderados por sus liderazgos fuertes y autoritarios y avances electorales, intentan romper, frenar o hacer desaparecer los procesos de conquista de derechos y libertades civiles individuales y colectivas, que se han sucedido durante las ultimas etapa de expansión de las democracias. De ahí sus rudos y persistentes ataques contra las conquistas de derechos de ciudadanía igual que han aportado las leyes mas avanzadas de la democracia española en materia de matrimonio entre personas del mismo sexo, igualdad de genero, violencia contra la mujer, o de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo.

Es por eso que los sistemas educativos, el español entre ellos, se ven arrastrados a la conflictividad provocada por las pretensiones censoras de fundamentalistas y ultraconservadores que se proponen repetidamente los mismos objetivos: primero, impedir que existan legislaciones que amparen tales derechos y libertades; y, en el supuesto de que hayan sido promulgadas, bloquearlas en la practica y plantear objeciones para su no cumplimiento a los planes de estudio y actividades escolares que, amparándose en la Constitución y en las leyes educativas, incorporen contenidos curriculares o educación en valores cívicos que algunas familias no compartan conforme a su moral o confesión particular.

Es el miedo al pluralismo y el rechazo a las reglas de juego de la escuela como servicio público abierto e integrador y garante del derecho a la educación de todos y todas en condiciones de igualdad. Es la ignorancia y el rechazo de la escuela como comunidad educativa democráticamente participativa y su preferencia por la concepción primitiva de la educación como una especie de supermercado al que cada familia acude para adquirir, según sus gustos individuales, las mercancías de meros paquetes de conocimiento que le pueda ofertar la empresa escolar publica o privada.

Se trata de un propósito segregacionista que a duras penas se esconde tras el aparentemente inocuo y elemental argumento de la libertad de los padres para elegir la educación moral y religiosa que quieren para sus hijos. Olvidando que esa libertad no es irrestricta, y debe ser ejercida dentro del marco constitucional existente, del que forman parte también las leyes de educación y los planes de estudio, así como los derechos de los alumnos y alumnas proclamados en la Convención de los Derechos del Niño, que obligan a subordinar la acción de la familia y de los poderes públicos al interés superior del niño, que no es propiedad de ninguno de ellos sino sujeto de derechos y libertades fundamentales a proteger.

Por eso existen también limites en el derecho de todos los niños y niñas a la educación que no pueden ser traspasados ni vulnerados por la familia con el argumento primario del derecho de propiedad sobre sus hijos. Una concepción de la familia y la propiedad aun anclada en el mas arcaico Derecho Romano, donde el poder de disposición del padre sobre sus hijos era absoluto, y que hoy es simplemente expresión de un conservadurismo anarquizante, reverdecido al amparo de la hegemonía de un neoliberalismo elemental y de la existencia de lo que Z. Bauman calificó como “sociedad liquida”, en la que se diluyen los valores de comunidad y convivencia por efecto de un ácido individualismo competitivo que lo inunda todo, incluidos los argumentarios de Vox y Partido Popular.

Lo que defienden Vox y el PP con el pin parental pertenece a la genealogía argumental utilizada frecuentemente por los doctrinarios mas próximos a posiciones obscurantistas del fundamentalismo que han tratado y tratan de cerrar el paso al desarrollo de las libertades de conciencia, pensamiento, educación, investigación y cátedra. Fueron los que en EEUU protagonizaron el llamado “proceso del mono”, que tuvo lugar en Dayton, estado de Tennessee en 1925, con la pretensión de que quedase prohibida en las escuelas la enseñanza de la teoría darwinista de la evolución; un empeño que los creacionistas norteamericanos no han dejado de mantener aun en nuestros días.

Mas recientemente, en Francia el Estado hubo de posicionarse frente a las presiones de sectores del islamismo radical que impulsaban a familias musulmanas a practicar una oposición similar a la objeción de conciencia por razones religiosas para que sus hijos no recibieran enseñanzas curriculares ni participaran en algunas actividades escolares que ellos considerasen contrarias o ajenas a la moral, religión y cultura musulmana. Una actitud similar a la que hoy ponen de manifiesto los defensores ultracatólicos del pin parental en España. Para abordar esta polémica el presidente Chirac, de la derecha francesa, ordeno en 2003, la creación de la llamada Comisión Stassi, que formulo un informe inspirado en la laicidad como ”piedra angular del pacto republicano” y su desarrollo en el sistema educativo francés.

Pero la cuestión en Francia quedo definitivamente aclarada por medio de la “Carta de laicidad” de los centros escolares, dictada en otoño de 2013. Su articulo 12 dice así: ”Las enseñanzas son laicas. A fin de garantizar la apertura mas objetiva posible a la diversidad de visiones del mundo, así como a la amplitud y a la precisión de los conocimientos, ningún tema esta excluido a priori del cuestionamiento científico y pedagógico. Ningún alumno puede invocar una convicción religiosa o política para objetar a un profesor el derecho a tratar una cuestión del programa”

Pero ese precepto que acabamos de mencionar, no solamente es válido y tiene vigencia para el sistema educativo francés. También es válido y tiene vigencia para el sistema educativo español. Fue meridianamente establecido, incluso con mas ambición, por el Tribunal Supremo español en la jurisprudencia asentada por las cinco sentencias que en el 2009 dicto en contra de las demandas, de los mismos que hoy exigen el pin parental, de ejercer la objeción de conciencia, no sobre una parte de un programa o unas actividades escolares complementarias concretas, si no contra la impartición de toda una asignatura de cuatro cursos del plan de estudios, creada por ley, como fue la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos.

Tras una agria campaña, doctrinaria y de violencias dialécticas que desestabilizó y desorientó a la sociedad civil y a la comunidad escolar española, induciendo a sectores minoritarios de las familias a demandar ante los tribunales la facultad del ejercicio de un inexistente derecho a la objeción de conciencia, el Tribunal Supremo dejó establecidos cinco principios jurisprudenciales, es decir de obligado cumplimiento, que hoy deberían servir de soporte suficiente al Gobierno para establecer una normativa legal que aclare definitivamente elementos básicos de la laicidad de nuestra escuela y cierre el paso a propuestas como la del pin parental, que no tienen amparo en nuestro sistema jurídico constitucional.

Estos son, en síntesis, los elementos sustanciales que se contienen en las cinco sentencias dictadas por el Tribunal Supremo en contra de quienes objetaron la impartición de la asignatura Educación para la Ciudadanía, y que sirven también para fundamentar el rechazo del pin parental que defienden Vox y el PP: El Estado tiene el deber de promover la educación en contenidos y valores éticos y cívicos constitucionales; la educación en tales contenidos y valores no son adoctrinamientos; los deberes de educación que tiene los padres no son contrarios ni anulan a los deberes del Estado de educar en contenidos y valores éticos y cívicos constitucionales; no existe en nuestro sistema constitucional derecho ni amparo alguno a la objeción de conciencia ante la educación en contenidos y valores éticos y cívicos constitucionales.

Finalmente, es preciso resaltar la importancia que las sentencias que el Tribunal Supremo atribuyen al pluralismo como valor superior de nuestro sistema democrático (articulo 1 de la Constitución de 1978) y a su reflejo en el campo de la educación: “La importancia de la actividad educativa en relación con el pluralismo es obvia: constituye un esencial instrumento para garantizar su efectiva vivencia en la sociedad; y esto porque transmite a los alumnos la realidad de esa diversidad de concepciones sobre la vida individual y colectiva, como así mismo les instruye sobre su relevancia, para que sepan valorar la transcendencia de esa diversidad y, sobre todo, aprendan a respetarla”. (Fundamento de derecho Sexto. Sentencia 11/02/2009). Por tanto, quienes violen ese valor superior del pluralismo en el campo de la educación, se sitúan obviamente fuera de la Constitución Española y no pueden autocalificarse como “constitucionalistas”, titulo que paradójicamente pretenden monopolizar.

Arículo disponible en el Cuarto Poder.

Equidistancia que erosiona la memoria democrática


La derecha conservadora reclama el monopolio del “constitucionalismo” pero en un alarde permanente de incoherencia promete derogar la Ley de Memoria Democrática cuya finalidad reside en la reivindicación y defensa de los valores democráticos y de los derechos y libertades fundamentales.


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En el momento de afrontar la integración de la memoria democrática como una parte significativa del currículo escolar, se ha de tener muy en cuenta la situación, retos y perspectiva de la democracia misma, en su faceta actual como modo de vida y sistema de gobierno representativo, también en España.

En nuestro caso se advierten algunos de esos riesgos, provocados por una derecha conservadora que todavía no ha superado su transición a la militancia democrática normalizada en el occidente europeo y se manifiesta incapaz de desprenderse de sus antiguos vínculos con el franquismo político y sociológico. Que reclama el monopolio del “constitucionalismo”, pero en un alarde permanente de incoherencia se ha opuesto sistemáticamente a incorporar la Educación para la Ciudadanía Democrática en el sistema educativo español, y recientemente ha prometido derogar la Ley de la Memoria Democrática, cuya finalidad reside en la reivindicación y defensa de los valores democráticos y los derechos y libertades fundamentales a lo largo de la historia contemporánea de España y su lógica incorporación al currículo escolar de un Estado democrático.

Como escribió en 1986 H.R. Southworth en su obra El mito de la cruzada de Franco, «durante cuarenta años, los españoles fueron obligados a tragarse una falsa historia de su país, y los efectos secundarios de una dieta tan asquerosa difícilmente pueden desaparecer en pocos meses». Así ha ocurrido, no en pocos meses, pero ni siquiera en pocos años han desaparecido en la enseñanza de nuestra Historia curricular los efectos prolongados de la memoria franquista, cuyo rastro aún puede seguirse a través de las carencias que hasta la fecha ha tenido la enseñanza de nuestra historia y memoria democrática. Inaceptables neutralismos y equidistancias, viejos tópicos heredados del régimen antidemocrático, hábitos debidos a la pereza y la comodidad, temores prolongados por difusas amenazas o rechazos. Deficiencias a las que la incorporación de la memoria al currículo escolar debe poner pronto remedio. De tal modo que en el futuro no salgan de nuestras escuelas generaciones enteras de alumnos que ignoren hechos fundamentales y graves que han marcado nuestra existencia como nación, como la dictadura, la guerra, el exilio…O que carezcan de un conocimiento de los hechos históricos basado en un análisis crítico y valorativo de su significado que favorezca el desarrollo de una conciencia y valores de ciudadanía activa.

Inaceptables equidistancias, como la de aquel que habló de «la guerra de los abuelos”, que han favorecido un trato equiparado de la historia y la memoria de un sistema democrático, como fue la II República y su contrario en términos políticos absolutos que la destruyó. Una dictadura que como dejó escrito Santos Juliá tuvo la violencia ejercida por el Estado y la política de terror como «elemento constitutivo del propio régimen franquista un pilar básico del ordenamiento jurídico-político durante todas las fases por las que pasó la dictadura”, incluida la fase de gobierno de los tecnócratas del Opus y la de lavado de cara de los ”25 años de paz”.

Algunos confundieron deliberadamente amnistía con amnesia y reconciliación con blanqueo de los horrores de una férrea dictadura. Los promotores de la amnesia y de la ocultación o equiparación de ese pasado de represión de libertades y dictadura han mediatizado todo lo que han podido el modo de enseñar la historia contemporánea de España, ocultando o desvaneciendo una parte importante de nuestra memoria democrática. De ahí han derivado las limitaciones y carencias de una memoria democrática frágil e incompleta, toleradas durante una larga etapa desde la Transición, y el tardío reconocimiento de sus fundamentos históricos, de las antiguas raíces democráticas de sus instituciones y declaraciones de derechos por parte del vigente sistema democrático español. Hasta que la aprobación de la Ley de Memoria Histórica por las Cortes en 2007 produjo un giro decisivo y el inicio de un proceso más ambicioso que culminó con la aprobación de la Ley de Memoria Democrática de 19 de octubre de 2022.

Llegados a este punto es preciso considerar con el rigor que merece, la preocupante cuestión que suscita la práctica de la equidistancia, la neutralidad y la equiparación, como comportamiento de una parte no desdeñable del profesorado en el momento de abordar cuestiones relevantes de la memoria democrática ya integradas en el currículo oficial.

Entre las conclusiones del proyecto de investigación realizado en 2021 sobre la incorporación de la memoria democrática al currículo escolar, realizado por un amplio equipo de la Fundación Cives, señalamos una evidencia extraída del análisis de los libros de texto y de la práctica extendida entre segmentos del profesorado: la existencia de una tendencia a omitir los temas “conflictivos” en el aula, así como la abundancia de expresiones sobre responsabilidades compartidas en la represión, síntomas todos ellos de excesos de neutralismo, equidistancia y escasa implicación. Cuyas consecuencias serían la transmisión al alumnado de un mensaje equívoco, conforme al cual los acontecimientos violentos y represivos del pasado reciente son un aspecto más de la historia de España, sin que fuesen aprovechados para aprender de los errores del pasado, y promover así su no repetición.

En cualquier caso, como recogimos en la conclusión XIII de nuestra investigación, es evidente que no se puede dejar el tratamiento de cuestiones tan fundamentales a expensas de la buena disposición de los profesionales de la enseñanza, a su implicación personal en función de sus particulares ideologías o creencias, a su actitud favorable o desfavorable respecto a la memoria democrática curricular, ni a las incomodidades que el ejercicio docente, inspirado en la pertinente deontología profesional, puedan acarrearle en sus relaciones con el equipo directivo, las familias y el alumnado.

No se puede aceptar en este, ni en otros aspectos de la docencia, PIM parental de ninguna especie, ni pretendidas objeciones de conciencia a la recepción de las enseñanzas regladas, una vez garantizada su legalidad y legitimidad conforme a las normas del Estado de Derecho establecido en la Constitución.

El profesorado que imparte sus enseñanzas en el sistema educativo de un Estado democrático debe tener claros al menos los siguientes principios básicos:

  1. – Su ejercicio profesional como enseñante está amparado por la libertad de cátedra, como derecho establecido por nuestra Constitución para garantizar la transmisión objetiva del saber y no las meras opiniones personales.
  2. – El Estado al que sirven está en el deber de promocionar la educación en principios, valores y contenidos cívicos democráticos.
  3. – La educación para ciudadanía democrática, en la que ha de integrarse la memoria democrática curricular, no es, por tanto, adoctrinamiento.
  4. – La memoria democrática curricular se rige también por los principios de verdad, justicia, reparación a las victimas y el deber de no repetición de las graves violaciones de derechos del pasado. Ello requiere del profesor objetividad y no equidistancia, ni ambigüedad ni indiferencia. Y exclusión de todo partidismo sectario en cualquiera de sus manifestaciones.

Gracias a estas leyes y a las normas dictadas para la reforma educativa por la LOMLOE y los reales decretos sobre mínimos curriculares, el sistema educativo ha abierto finalmente sus puertas para la normalización y generalización de la existencia de una memoria democrática que formará parte del currículo de las asignaturas de Historia que se imparten en bachillerato y educación secundaria obligatoria, y en la de educación de valores cívicos y éticos, sin olvidar su incorporación igualmente en la Enseñanza Primaria. Mediante ellas el alumnado podrá adquirir la competencia ciudadana, muy unida al conocimiento de la historia de la democracia en España y los derechos de ciudadanía conquistados gracias a sus graduales avances, haciendo expresamente énfasis en la igualdad entre hombres y mujeres.

Artículo disponible en nuevatribuna.es.

Memoria, escuela y democracia


Los promotores de la amnesia y de la ocultación o equiparación de ese “pasado sucio” de represión de libertades y dictadura han mediatizado todo lo que han podido el modo de enseñar la historia contemporánea de España, ocultando o desvaneciendo una parte importante de nuestra memoria democrática.


Un operario cuelga la placa de la 'Avenida de la Institución Libre de Enseñanza'.

Desde hace un tiempo ha crecido la preocupación por los procesos de degradación que se observan en algunas democracias actuales. En términos generales, las voces de alarma frente a los peligros que ahora mismo acechan apuntan a una preocupante pérdida de calidad de la democracia, a la emergencia de espectros autoritarios del pasado, de liderazgos ultraconservadores, demagógicos y populistas de hombres fuertes y “providenciales” que prometen salvar a los pueblos de complejos problemas con falsas soluciones, a cambio de cesiones en garantías sobre derechos y libertades democráticas fundamentales. 

En nuestro caso se advierten algunos de esos riesgos, provocados por una derecha conservadora que todavía no ha superado su transición a la militancia democrática normalizada en el occidente europeo y se manifiesta incapaz de desprenderse de sus antiguos vínculos con el franquismo político y sociológico. Que reclama el monopolio del “constitucionalismo”, pero en un alarde permanente de incoherencia se ha opuesto sistemáticamente a incorporar la Educación para la Ciudadanía Democrática en el sistema educativo español, y recientemente ha prometido derogar la Ley de la Memoria Democrática, cuya finalidad reside en la reivindicación y defensa de los valores democráticos y los derechos y libertades fundamentales a lo largo de la historia contemporánea de España y su lógica incorporación al currículo escolar de un Estado democrático 

Seamos claros, una democracia sin memoria de la propia historia de su existencia, como pretenden las derechas conservadora y ultra, no es sostenible, porque carente  de vitalidad y de aliento, es presa fácil de quienes la intenten degradar o subvertir. Una democracia sin memoria carece de la imprescindible conciencia y conocimiento sobre  su razón de ser y de su misión histórica como conquista cultural y de civilización, y sobre el origen y fundamentación de sus valores, instituciones básicas y de las conquistas graduales de libertades y derechos de ciudadanía que le dan sentido. Y también es injusta cuando ignora y olvida a tantas generaciones que desde 1812  sacrificaron libertades, vidas y bienes por impulsar avances democratizadores de los que hoy somos herederos y beneficiarios. 

La democracia que logramos, tras la decadencia vital de la dictadura franquista, que no pudo sobrevivir a quien la creó, no tuvo su origen en una “carta otorgada” desde el poder, ni fue regalada por ningún rey mago o emérito, sino reconquistada pacíficamente, tras 40 años seguidos de su extinción por la violencia, como obra labrada por muchos ciudadanos y ciudadanas, durante mucho tiempo pasando la antorcha de generación en generación en los siglos XIX y XX. 

Transmitir esta memoria de nuestra democracia es igualmente uno de los fines de la educación, si tomamos en serio como constitucionalistas veraces el artículo 27.2  de nuestra ley fundamental, conforme al cual se debe educar a todo el alumnado en “el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”. Principios democráticos, derechos y libertades que no se inventaron en 1978, sino a lo largo de un dilatado y difícil proceso alternado de ilusionantes y  breves períodos de éxitos y conquistas y prolongados periodos de retrocesos y derrotas, la última de las cuales fue la destrucción de la democracia que se había comenzado a construir a partir de la Constitución republicana de 1931. El franquismo, tras la destrucción de la II República, tuvo 40 años, desde el golpe militar hasta la muerte del dictador a finales de 1975, para construir y reproducir su propia memoria, mediante la extirpación por la censura, la depuración, la cárcel, el exilio y la muerte, de las raíces de todo el acervo logrado de progreso intelectual, científico, cultural, político y social creado y promovido por sucesivas generaciones de ilustrados, liberales y demócratas de diferentes orientaciones durante más de cien  años. 

Para lograrlo, utilizó preferentemente el control de la escuela, que nutrió de la ideología del nacional-catolicismo y del partido único FET y de las JONS, eliminando todo aquello que calificaron de “clima pernicioso del liberalismo pedagógico”, la libertad de cátedra y destruyendo en su totalidad la obra de la gran culpable del daño que, según su juicio dogmático, se había provocado en la educación y la cultura española por “la corriente extranjerizante, laica, fría, krausista y masónica de la Institución libre de enseñanza” (Exposición de motivos de la Ley d Ordenación universitaria de 1943) 

Como escribió en 1986 H.R. Southworth en su obra El mito de la cruzada de Franco, durante 40 años, los españoles fueron obligados a tragarse una falsa historia de su país, y los efectos secundarios de una dieta tan asquerosa difícilmente pueden desaparecer en pocos meses“. Así ha ocurrido, no en pocos meses, pero ni siquiera en pocos años han desaparecido en la enseñanza de nuestra Historia curricular los efectos prolongados de la memoria franquista, cuyo rastro aún puede seguirse a través de las carencias que hasta la fecha ha tenido la enseñanza de nuestra historia y memoria democrática. Inaceptables neutralismos y equidistancias, viejos tópicos heredados del régimen antidemocrático, hábitos debidos a la pereza y  la comodidad, temores prolongados por difusas amenazas o rechazos. Deficiencias a las que la incorporación de la memoria al currículo escolar debe poner pronto remedio. De tal modo que en el futuro no salgan de nuestras escuelas generaciones enteras de alumnos que ignoren hechos fundamentales y graves que han marcado nuestra existencia como nación, como la dictadura, la guerra, el exilio… O que carezcan de un  conocimiento de los hechos históricos basado en un análisis crítico y valorativo de su significado que favorezca el desarrollo de una conciencia y valores de ciudadanía  activa 

Sí, inaceptables equidistancias, como la de aquel que habló de “la guerra de los abuelos”, que han favorecido un trato equiparado de la historia y la memoria de un  sistema democrático, como fue la II República y su contrario, en términos políticos absolutos, que la destruyó. Una dictadura que, como dejó escrito Santos Juliá, tuvo la  violencia ejercida por el Estado y la política de terror como “elemento constitutivo del propio régimen franquista un pilar básico del ordenamiento jurídico-político durante  todas las fases por las que pasó la dictadura”. Incluida la fase de gobierno de los tecnócratas del Opus y la del lavado de cara de los “25 años de paz”. Algunos han confundido amnistía con amnesia y reconciliación con blanqueo de  un “pasado sucio”, como diría Álvarez Junco. Los promotores de la amnesia y de la ocultación o equiparación de ese “pasado sucio” de represión de libertades y  dictadura han mediatizado todo lo que han podido el modo de enseñar la historia contemporánea de España, ocultando o desvaneciendo una parte importante de nuestra memoria democrática. De ahí han derivado las limitaciones y carencias de una memoria democrática frágil e incompleta, toleradas durante una larga etapa desde la Transición, y el tardío reconocimiento de sus fundamentos históricos, de las  antiguas raíces democráticas de sus instituciones y declaraciones de derechos por parte del vigente sistema democrático español. Hasta que la aprobación de la Ley de  Memoria Histórica por las Cortes en 2007 produjo un giro decisivo y el inicio de un proceso más ambicioso que culminó con la aprobación de la Ley de Memoria  Democrática de 19 de octubre de 2022. 

Gracias a estas leyes y a las normas dictadas para la reforma educativa por la LOMLOE y los reales decretos sobre mínimos curriculares, el sistema educativo ha  abierto finalmente sus puertas para la normalización y generalización de la existencia de una memoria democrática que formará parte del currículo de las asignaturas de Historia que se imparten en bachillerato y educación secundaria obligatoria, y en la de educación de valores cívicos y éticos, sin olvidar su incorporación igualmente en  la Enseñanza Primaria. Mediante ellas, el alumnado podrá adquirir la competencia ciudadana, muy unida al conocimiento de la historia de la democracia en España y  los derechos de ciudadanía conquistados gracias a sus graduales avances, haciendo expresamente énfasis en la igualdad entre hombres y mujeres. Y alcanzar saberes  básicos relacionados con las acciones y movimientos en favor de la libertad en la historia contemporánea de España, más cultivar la conciencia sobre los hechos traumáticos y dolorosos del pasado y del deber de no repetirlos, contribuyendo al reconocimiento, reparación y dignificación de las víctimas de las violaciones de  derechos humanos fundamentales y a asentar con firmeza la convicción de que se debe impedir su repetición. 

¿Algún demócrata verdaderamente consecuente se opondría a que esta memoria democrática forme parte del currículo escolar? Con certeza, solamente un demócrata  falso, tibio, vergonzante. Alguien que fácilmente podría llegar a ser, por omisión o acción, cómplice de los adversarios de la democracia.

Artículo disponible en elDiario.es.

Escuela pública y justicia efucativa


El parlamento democrático, generador de valores cívicos


La Memoria Democrática en el currículo escolar


¿La Memoria Democrática en el currículo escolar de todos los centros docentes, para todo el alumnado de nuestro sistema educativo? Sí, una Memoria Democrática para una Ciudadanía Democrática que, según el artículo 27.2 de la Constitución, es un objetivo esencial de la educación: la educación “en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”. Aquello que tantas generaciones pasadas durante muchos años lucharon para conquistar. Aquello que anuló y destruyó, nada menos que durante cuarenta años, el fascismo y la dictadura de Franco. Aquello que volvió a conquistarse  y quedó plasmado en la Constitución de 1978, hace ya 43 años, uno de los periodos históricos más largos de vigencia de una Constitución en España.

Una Memoria Democrática curricular que nos permita afrontar la definitiva resolución de las insuficiencias que se arrastran desde el proceso que dio paso  de la Dictadura a la Democracia, desde un sistema radicalmente opuesto al otro, tan diferentes entre sí como la distancia que existe entre súbditos en ciudadanos, desde las tinieblas de un autoritarismo opresivo a la luz de las libertades y derechos democráticos. Pero un proceso aún lastrado en nuestra educación  por relevantes carencias pedagógicas, de ordenación educativa y planes de estudio y equidistancias insostenibles entre el valor humanista y  constructivo de la democracia y la razón violenta, autoritaria y opresiva de una dictadura. Además de  elementos  continuadores de la propia memoria franquista que, aún establecido un sistema democrático en España, mantuvieron la continuidad de su relato falsamente neutral de “los 25 años de paz” y, de diversas formas, rellenaron el vacío que hasta ahora no han sabido o podido cubrir los demócratas españoles.

Así pues, ahora se trataría de romper la parálisis derivada de la inexistencia de una Memoria Democrática que debió ser desarrollada también en el sistema escolar regulado por el artículo 27 de la Constitución durante más de cuarenta años de régimen democrático. De modo que las generaciones que hoy se forman en las aulas  y las que vendrán después, encuentren incorporado a su currículo escolar la Memoria Democrática como parte de su formación en valores cívicos constitucionales democráticos y en el conocimiento de la historia de la democracia española y sus conquistas pasadas y presentes de libertades y derechos.

Ya se ha abierto en el Congreso de Diputados el debate sobre el proyecto de ley de Memoria Democrática, que nos debe franquear el camino hacia la verdad, la justicia y la reparación, a transitar para que nuestra sociedad y nuestro Estado social y democrático de derecho adquieran la altura moral necesaria y reconocer a tantas víctimas que padecieron el silencio, la injusticia y el olvido. Una Ley  que se propone el deber de conocimiento, reivindicación y defensa de los valores democráticos y de los derechos y libertades fundamentales a lo largo de nuestra historia contemporánea. Con finalidad, no solamente de construir un horizonte de convivencia sólidamente enraizada en la solidaridad y coherencia entre las diferentes generaciones en torno a los principios, valores, derechos y libertades, sino también para prevenir la repetición de los pasados desastres originados por  gobiernos y regímenes totalitarios o autoritarios fundados sobre  ideologías que justifican la intolerancia y la violencia, así como la limitación o destrucción de la democracia misma. Sin olvidar, por tanto, que hoy día existen grupos y partidos políticos abiertamente radicales, racistas, xenófobos que incitan al odio y la violencia en la sociedad, como se reconoce en la resolución que el Parlamento Europeo aprobó el 19 de septiembre de 2019 sobre la importancia de la Memoria histórica europea y la consiguiente necesidad de que las instituciones europeas y los  estados promuevan una cultura y una educación en las que se integre la Memoria para que contribuya al rechazo de los crímenes cometidos por los regímenes totalitarios, autoritarios y fascistas.

Esta es, por tanto, una contribución imprescindible que debe realizar el sistema educativo mediante la incorporación de la Memoria Democrática al currículo escolar. que en este momento se halla en pleno proceso de desarrollo por parte del Ministerio de Educación, una vez promulgada la reciente  Ley Orgánica de Educación, LOMLOE.  En ella  figuran dos mandatos cuya expresión literal no debe ser olvidada: que en  el currículo de las diferentes etapas de la educación básica se atenderá al aprendizaje del conocimiento de la historia de la democracia en España, desde sus orígenes a la actualidad, y que debe cuidarse  su contribución al fortalecimiento de los principios y valores democráticos definidos en la Constitución (disposición adicional 41).Por tanto, la concreción curricular de la Memoria Democrática debe comprender la adquisición de la competencia ciudadana por parte de todo el alumnado durante todo su proceso educativo y  los contenidos y actividades escolares propios de las materias de Ciencias Sociales, Geografía e Historia y Educación en Valores Cívicos y Éticos.

Este mandato legal de incorporar la Memoria Democrática al currículo de la educación formal que recoge la LOMLOE en la disposición mencionada, y también en su exposición de motivos, saldrá extraordinariamente fortalecido con la aprobación de la Ley de Memoria Histórica  que se encuentra en proceso de debate actualmente en las Cortes. El artículo 45 del proyecto de ley incluye varias medidas en materia educativa y de formación del profesorado. La principal de ellas será el deber de los poderes públicos responsables de la ordenación  del sistema educativo de incluir en el currículo escolar, como uno de sus fines, el conocimiento de la historia y de la Memoria Democrática y la lucha por los valores y libertades, debiendo procederse a la actualización de los contenidos curriculares en la Educación Secundaria obligatoria y en el Bachillerato. Además, otro mandato a las Administraciones educativas competentes y Universidades para que en los planes de formación inicial y permanente del profesorado incluyan la necesaria formación y la actualización científica, didáctica y pedagógica para la impartición de la Memoria Democrática.

Tal es el envite que las dos leyes citadas deben abordar y resolver, aquí y ahora, para que nuestro sistema educativo sea capaz de poner en juego una política pública de Memoria Democrática aplicada a un sistema educativo que sitúa entre sus fines y objetivos la educación para una ciudadanía democrática. Integrando de manera simultánea en el currículo un conocimiento objetivo sobre la verdad del pasado histórico y una formación en valores cívicos  y éticos democráticos que contribuyan eficazmente a que alumnas y alumnos adquieran la deseable competencia ciudadana. Una competencia necesaria para  evitar episodios de violencia,  conductas autoritarias y atropellos a los Derechos Humanos, y así prevenir y no repetir nefastos episodios similares del pasado.

Artículo disponible en: https://eldiariodelaeducacion.com/2021/10/18/la-memoria-democratica-en-el-curriculo-escolar/