Teletrabajo en las administraciones públicas: Artículo escrito por D. Francisco Velázquez


Una de las consecuencias más evidentes para las administraciones públicas iberoamericanas de la crisis del covid-19, que empezó a finales de 2019 y que cinco meses después nos sigue angustiando, es la extensión de métodos de trabajo, antes conocidos, pero escasamente utilizados, como las conferencias virtuales, las videollamadas, las webinar y en especial el teletrabajo. Este último nos va a acompañar durante mucho tiempo y está llamado a constituir una seña de identidad de las administraciones públicas del siglo XXI.

El Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo (CLAD) se propone consensuar próximamente una Carta Iberoamericana de Innovación  en la Gestión Pública, continuando con la tradición de discusión y aprobación por parte de los 23 países miembros de Cartas Iberoamericanas, que posteriormente son presentadas a la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. En esta carta se hace especial hincapié en la conveniencia de extender el teletrabajo, como han hecho hasta el momento 18 países miembros del CLAD, porque puede ser una forma de gestionar las administraciones públicas con mayor eficacia.

Significa esto que ¿el futuro acabará con el trabajo presencial? El modelo futuro, basado en la innovación, debe combinar ambos tipos de trabajo: presencial y teletrabajo. El trabajo en línea o presencial de los funcionarios, será inexcusable para la alta dirección e incluso para la prestación de servicios directos , tan importantes en estos meses de la pandemia, como los servicios sanitarios, educativos, de seguridad, de mantenimiento, de defensa. Sin embargo, otros muchos no precisan de una presencia efectiva en las oficinas públicas o al menos no siempre, como  demuestra el escaso trabajo que se puede desarrollar cuando los sistemas informáticos se «caen» o no hay Internet en las oficinas públicas.

Las administraciones públicas deben dotarse de los recursos tecnológicos e implantar los sistemas de capacitación necesarios para fomentar y facilitar el teletrabajo. Impulsado hasta el momento de manera tímida y lenta en forma de pruebas piloto, el teletrabajo ya forma parte del paisaje de la mayoría de las administraciones de nuestros países debido a la crisis del covid-19. Ha quedado demostrado que es eficaz, eficiente y contribuye a la sostenibilidad ambiental.

Se ha comprobado que las diversas dinámicas de trabajo virtual pueden llegar a ser más fluidas, resolutivas e innovadoras que las derivadas del trabajo presencial tradicional. También hay que tomar en consideración que con la crisis del covid-19 han aflorado, lógicamente, ante la improvisación y brusquedad en la introducción del teletrabajo, problemas y disfunciones de los que debemos aprender y, por tanto, resolver. Múltiples canales tecnológicos y colaborativos de trabajo que generan una sensación de un cierto desorden, equipos tecnológicos insuficientes que deben ser subsanados de manera personal por los empleados públicos, viviendas particulares no pensadas para convivir con las exigencias del trabajo profesional, e incluso horarios excesivos y caóticos. Pero no parece excesivamente complejo solventar estos problemas y beneficiarnos de la eficacia, eficiencia y de las virtudes colaborativas de una organización del trabajo mucho más abierta que, además, facilita la conciliación entre la vida laboral y personal de los empleados públicos.

Una de las ventajas de la crisis del coronavirus es que hemos implantado esta nueva dinámica laboral «de manera abrupta y sin ningún tipo de lubricante. Y estamos descubriendo que, en términos generales, funciona y muy bien» (Ramió 2020).

La gran dificultad para la implantación del teletrabajo no ha sido la tecnología o la seguridad de las conexiones remotas, sino justamente la implementación de algún modelo que permita la evaluación del desempeño de las personas empleadas con base en objetivos, bien «sean de producción, resultado o impacto, y con base en competencias profesionales como la innovación, la cooperación, el trabajo en equipo» (Herrera, 2020).

Trabajar fuera de casa es una conquista social y un igualador colectivo, porque con frecuencia facilita el ascenso social por el progreso profesional. Con el confinamiento, el teletrabajo puede amplificar hasta el estruendo desigualdades sociales y de género.

Esta nueva dinámica de prestación de servicios mediante el teletrabajo genera problemas nuevos. Especialmente, la ciberseguridad. Hay una gran cantidad de documentos confidenciales, datos personales e información administrativa que circula. «Nos han mandado a casa sin establecer protocolos ni políticas, sin protegernos ni proteger» (Gemma Galdón, 2020).

El teletrabajo es ya una realidad en las administraciones públicas. Los Estados deben invertir en los sistemas que hagan posible que el servicio a los ciudadanos mejore y que la distancia se convierta en cercanía en el tiempo y en eficacia en la resolución de los asuntos.

Artículo disponible en el diario El Nacional

Comunicación y eficacia de las políticas públicas: Artículo escrito por D. Francisco Velázquez


La tensión entre la comunicación ejercida por los políticos y la eficacia de las políticas públicas es una constante de nuestra sociedad. Se comunica continuamente, aunque no se informe con la necesaria profundidad, pero con asiduidad tan intensa, que esta función se ha convertido en la actividad fundamental de nuestros líderes políticos. De esta pandemia debemos aprender también que las instituciones deben desarrollarse más y generar mayor confianza de los ciudadanos porque, como indica Stiglitz (2020): “Mi esperanza es que hayamos aprendido la lección y las consecuencias de tener un sector público insuficientemente financiado”.

William Randolph Hearst demostró en Estados Unidos que crear opinión pública favorable puede ser más relevante que tener ejércitos o armadas, como ocurrió en la guerra hispano-norteamericana o en sucesivas intervenciones en México. En la actual crisis del coronavirus, los aspectos de la comunicación, de gran importancia desde principios del siglo XX , contribuyen a un mejor conocimiento de la realidad social para los ciudadanos , las empresas y las instituciones.

Sin los medios de comunicación las democracias no existen y el requisito de una prensa libre es universalmente reconocido como uno de los factores esenciales de la convivencia ciudadana. Un gran número de constituciones así lo reconocen y al menos formalmente, hasta los regímenes más autoritarios se ocupan de la comunicación hacia los ciudadanos.

Este inmenso poder sobre las conciencias ha generado una influencia muy relevante para determinados medios de comunicación, pero tiene también otro correlato menos estudiado y no por ello menos relevante: el político es cada vez más un agente público cuya actividad fundamental consiste precisamente en comunicar.

Repasemos la jornada habitual de un político de cualquiera de los países democráticos del mundo : entrevistas en medios de comunicación, reuniones seguidas de ruedas de prensa, inauguraciones con asistencia de periodistas, intervenciones parlamentarias públicas que se reflejan en los medios… En esto consiste su actividad habitual y así debe ser, pues resulta el medio más eficaz de relación con la ciudadanía, además de su intervención en las redes sociales cada día más presentes, como nos demuestra el actual presidente norteamericano.

La insuficiente preparación técnica de nuestros políticos, que la crisis del coronavirus pone sobre la mesa, explica en buena medida que cuando de asuntos serios se trata, el ciudadano busca la opinión del experto más que la del líder político, aunque su ideología sea coincidente con él.

La necesidad urgente de comunicar genera frecuentemente errores y ansiedad en los lideres. Se interviene en ruedas de prensa sin decir nada especialmente sustancioso, se ocupan espacios de televisión sin contenido relevante, se dilatan discursos que pudieran expresar las mismas ideas en mucho menos tiempo. En suma, se transforma el medio en el fin: el mayor conocimiento del líder por parte  de la población se convierte en el objetivo, de mucha mayor relevancia que la aplicación eficaz de la política pública encomendada.

Salir en las fotos y en televisión se ha convertido en el leitmotiv esencial de la actividad política. Ingenuamente, buena parte de los ciudadanos sigue pensando que los gobiernos deben administrar eficazmente los bienes públicos y no preocuparse tanto de aparecer en los medios de comunicación.

Esta situación parece ser el caldo de cultivo también de la propagación de las noticias falsas, ahora llamadas fake news y más entre nosotros, bulos. Estas falsedades han existido siempre en épocas convulsas a lo largo de la historia, como en la república romana o la revolución portuguesa donde se les denominada boatos, pero en todo caso la diferencia fundamental radica en el fulminante poder de propagación (Pina Polo, 2020).

En muchos lugares de nuestro planeta, como consecuencia de esta pandemia, las autoridades han extremado los sistemas de control, confinamiento y vigilancia, sin duda necesarios pero, atención, esta situación extraordinaria, que dura ya demasiado para la paciencia e inmediatez del ciudadano del siglo XXI, no debe inclinarnos a construir un régimen de vigilancia, que la tecnología permite, sino, a  esforzarnos en que no sea demasiado tarde para reconstruir la confianza de la gente en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de comunicación (Harari, 2020).

Artículo disponible en el diario El Nacional

 

¿Quedará fortalecido el Estado después de la crisis del coronavirus?: Artículo escrito por D. Francisco Velázquez


La pandemia que azota a todos los países del mundo constituye un acontecimiento dramático, cuyas consecuencias trascienden en el tiempo a los fallecimientos, enfermedades y confinamientos a los que están sometidos los ciudadanos. Pero esta malhadada situación, combinada con la cuarta revolución industrial, que alimenta el mundo digital, puede ofrecer a los Estados la posibilidad de ser más eficaces, más cercanos a los ciudadanos e iniciar una senda de recuperación de la confianza.

Oscar Oszlak, uno de los intelectuales mejor conocedores de la administraciones públicas iberoamericanas, miembro del consejo científico del CLAD, afirma que las administraciones y entre ellas la argentina, tienen al menos dos problemas: la deformidad y el cortoplacismo. Ambos problemas están entrelazados, pues la deformidad no es más que el resultado de sucesivas camadas de empleados públicos procedentes de los partidos políticos que se turnan en el poder y el cortoplacismo es la consecuencia de la búsqueda de la originalidad para que el electorado les apoye.

En esta situación, generalizada en los países iberoamericanos, esta crisis del coronavirus nos va a traer importantes alteraciones en nuestros modos de vivir y trabajar. Se incrementará la distancia física habitual entre las personas, e incluso será raro darse la mano al comienzo o final de las reuniones de trabajo.

El miedo al contagio aumentará. Por este coronavirus o por cualquier otra enfermedad, con lo que proliferarán las personas que portarán habitualmente mascarillas (o tapabocas) o incluso guantes en su deambular ciudadano y en las oficinas.

Durante algún tiempo, disminuirán los viajes y en consecuencia el turismo. Es probable la imposición de trabas sanitarias y de otra índole para aquellos que ingresan como extranjeros en otro país. Surgirán los pasaportes sanitarios que atestiguarán que el viajero está libre de determinadas enfermedades. El primero que se unirá a los existentes, como el de la fiebre amarilla, será con toda seguridad el relativo al covid-19.

Algunos países podrán sufrir una importante crisis económica motivada por la quiebra de las empresas. Esperemos que no sean los funcionarios los que deban pagar la crisis, mediante reducciones de sueldos o eliminación de efectivos, como ocurrió en algunos países tras la crisis de 2008. Ahora todos alaban a los funcionarios sanitarios, de las fuerzas de seguridad del Estado, de las universidades y centros de investigación, de los transportes públicos… No sería buena idea reducirles sus salarios o expulsarles del sector público.

Estos cambios de comportamiento modificarán las formas de relación de los ciudadanos con las administraciones públicas, que definitivamente pasarán a ser casi únicamente telemáticas, como por otra parte está ocurriendo en los países más desarrollados. Si la tecnología lo permite, no tengamos dudas de que este supuesto se va a producir. La actual crisis no ha hecho otra cosa que acelerarlo y, si cabía alguna duda, ha convencido a muchas organizaciones de las bondades del teletrabajo.

Por otra parte, la comunicación entre los ciudadanos y los gobiernos aumentará. Incluso como se predica desde la presidencia de Obama, el gobierno abierto se convertirá en una realidad inexcusable: la actual crisis también ha demostrado que la información ha de ser continua, exacta y transparente.

Si queremos la pervivencia de las instituciones democráticas y el aumento de la confianza, el prestigio de los representantes políticos deberá incrementarse.

Hay otros aspectos que son objeto de debate y que habían anunciado su aparición incluso antes de la pandemia: los instrumentos de control de la ciudadanía por parte de los poderes públicos van a desarrollarse en todos los países. Tecnológicamente el reconocimiento facial de los ciudadanos está realizándose ya en algunos países como China, pero obtiene resistencias considerables por parte de los Estados más garantistas en función de la legislación protectora de los datos y el derecho a la propia imagen.

Esta es precisamente la lucha a la que vamos a asistir en los próximos meses: ¿debe ceder el derecho a la protección de los datos personales ante el derecho a la salud de los ciudadanos?

En muchos países europeos el asunto está sobre la mesa. El ciudadano probablemente se niegue a que se le confine en unidades especiales, a causa de haber dado positivo por coronavirus. Los demás vecinos pueden exigir a los poderes públicos que les salvaguarden de los infectados.

El otro gran debate es el clásico de la lucha entre neoliberales y socialdemócratas: ¿fortalecemos lo público dotándole de instrumentos de control y funcionamiento eficaz de la sanidad o dejamos que el libre mercado ejerza sus funciones sin apenas limites? No parece que la interpretación clásica de Adam Smith en La riqueza de las naciones sea hoy la más eficaz. Quizás fuera mejor descansar la vista sobre otras  obras donde el mercado no tiene una misión tan salvadora, como las de Keynes, que las compuso precisamente para salir de la crisis de 1929, con la que algunos comparan la actual.

Artículo disponible en el diario El Nacional